Siempre me ha impresionado escuchar cómo era la hermana M. Emilie. Cuando me pidieron que escribiera sobre ella, tuve la suerte de poder entrevistar a personas que habían conocido a la propia Hermana M. Emilie
¡Ruego por ti! ¡Siempre!
Siempre me ha impresionado escuchar cómo era la hermana M. Emilie. Cuando me pidieron que escribiera sobre ella, tuve la suerte de poder entrevistar a personas que habían conocido a la propia Hermana M. Emilie. No siempre fueron los grandes encuentros con la Hermana M. Emilie, sino los muchos pequeños testimonios que tenían una cosa en común: Quien llegaba a Casa Providentia buscaba primero el camino por las escaleras hasta la habitación de la hermana M. Emilie. Alguien lo expresó así: «No importaba en qué estuviera trabajando en ese momento, siempre tenía tiempo». – Sí, la hermana M. Emilie siempre estaba atenta a las personas que acudían a ella. Y no sólo eso, también llevaba a estas personas en su corazón, estaba realmente interesada en ellas. Incluso semanas después, preguntaba cómo iban las cosas en este o aquel «asunto», cómo había evolucionado. Una de sus hermanas relata uno de sus últimos encuentros con la hermana M. Emilie, cuando apenas podía hablar: «Sus últimas palabras fueron: ‘¡Ruego por ti! ¡Siempre! ¿Oyes?, ¡siempre!»
Hija de la Providencia hasta la médula
La hermana M. Emilie tenía una «línea directa» hasta lo alto. Llevó ante Dios sus inquietudes y preocupaciones sobre las personas que le habían sido confiadas y luego escuchó cómo ÉL le respondía. Era una hija de la providencia. Sólo puede serlo quien tiene un oído abierto para la gente y para Dios. Porque Dios habla no sólo a través de las personas, sino también a través de los hechos. ¡La Hna. M. Emilie era hija de la Providencia hasta la médula! De ahí se comprende también su reacción cuando el P. Kentenich le dijo que quería darle la dirección de la Provincia Occidental de las Hermanas de María de Schoenstatt: «¡Pero entonces tiene que ser una Provincia Providentia!». –
El término providencia se refiere al poder amoroso de Dios que guía el destino de los seres humanos y el curso de la historia del mundo. La hermana M. Emilie estaba firmemente convencida de ello: Dios tiene nuestras vidas en sus manos, y en su amor lo dispone todo para nuestro bien.
La hermana M. Emilie no era una persona de decisiones rápidas y precipitadas. Primero quería escuchar lo que Dios le decía. Evaluaba lo que la gente le decía, preguntaba cuál era la voluntad de Dios y luego tomaba sus decisiones.
Cuando la hermana M. Emilie enfermó muy joven y tenía que ser operada, le resultó difícil que el médico que conocía no pudiera operarla. Tras una breve lucha, lo tuvo claro: «Si ya no tengo ningún apoyo humano, si prescindo de todo, entonces soy enteramente hija de la Providencia.”
¡Del Padre Kentenich aprendió esta confianza absoluta en la Divina Providencia!
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